Pero para
hallar la fuente del problema debemos situarnos al comienzo de todo, en la
ganadería. Los ganaderos cumplen un papel muy importante, ya que de su labor de
selección y cuidado del bienestar de los astados dependerá el posterior
comportamiento de éstos en la plaza. Si bien es cierto que el ganadero se rige
por los gustos del espectador, ya que no tiene sentido criar durante cuatro o,
a veces, cinco años, un animal que después va a ser rechazado por el gran
público. Aquí podemos encontrar el primer obstáculo frente a la riqueza
sanguínea de la cabaña brava: el aficionado. Y no podemos negar que la gran
mayoría de nosotros a la hora de elegir un festejo al que acudir solemos
escoger la ganadería que más triunfos obtiene, porque es inevitable. Este sea
quizá uno de los aspectos más atractivos de la tauromaquia, el tener la
esperanza de disfrutar de una bonita faena siendo consciente de las tragedias
que se pueden vivir.
Sin alejarnos
demasiado del tema que acontece, entra en juego el encaste, ese famoso factor
que parece estar convirtiéndose en lo más importante de un festejo. Y esto no
debería ser así. Cuando se va a una plaza hay que hacerlo siendo consciente del
tipo de toro que se va a ver y las características propias de su encaste; pero
no hay que limitar a ello la faena. Si sale una faena redonda de esas que se
graban en la mente del aficionado y recuerdan cada detalle con emoción, lo
primero que se viene a la cabeza es la forma de humillar, la nobleza y la
bravura del toro, la resistencia, la transmisión. Entonces, aunque el encaste
de cada uno de ellos limite ciertos aspectos, cuando sale un toro que de verdad
transmite con el tendido, uno se olvida de encastes, de procedencias, para
sentir el placer de la faena. ¿Qué es lo que el espectador está reclamando?
¿Nobleza? ¿Bravura? Porque si sale un toro manso la tarde será igual de
aburrida sea de la ganadería que sea.
También es
necesario comentar el papel del torero en este ámbito. Por todos es conocido
que la gran mayoría de los matadores a la vez que van ascendiendo en el
escalafón van solicitando ganaderías más “toreables”. Pero no es éste el caso
de todos. Como hemos podido observar a lo largo de estas dos últimas
temporadas, algunas grandes figuras (como El Juli, Enrique Ponce o Miguel Ángel
Perera) han estado apostando por ganaderías más tenidas en el olvido, sobre
todo de encaste Santa Coloma (véanse los ejemplos de Ana Romero y La Quinta).
Si me
permiten el atrevimiento, me gustaría compartir un pensamiento que me ronda por
la cabeza constantemente. Quizá parezca demasiado extremo o exagerado, pero no
se queden en lo superficial, sino que les pido que intenten comprender la idea
que quiero transmitir. Tengo la seguridad de que si se celebrara un festejo con
seis toros procedentes de diferentes encastes, a los cuales no se les ha
herrado con la marca propia de la ganadería y se les ha cubierto por completo
de pintura, por ejemplo verde, otro gallo cantaría. Cuando los asistentes se
encontraran frente a seis toros en los que no pueden saber su procedencia (ya
que les falta el hierro) y no pueden guiarse por la capa (aquellos que están
más enterados pero no lo suficiente), se encontrarían completamente perdidos.
Al ver la lidia realizada a cada uno de ellos comprenderían entonces la
verdadera bravura, la verdadera calidad, y dejarían de guiarse por la
superficialidad reflejada en un folleto de papel.
Yo soy la
primera en poner en práctica esto que digo. Siempre solía acudir a festejos de
encaste Domecq y Núñez, por pensar que eran los que más calidad transmitían,
pero por suerte comprendí que no podía ser así y empecé a variar ganaderías. Y
lo más gratificante que pude extraer de la experiencia fue la comprensión de la
bravura, el aprender a ignorar aquello que cuentan en libros y en panfletos,
para poder descubrir por mí misma el propio concepto de bravura. Así que
olvidemos esas tonterías de “monoencaste Domecq” o “tal toro no puede ser bueno
porque pertenece a tal encaste” y aprendamos a ver los toros en su máxima
pureza, a descubrir aquellos conceptos que ningún libro nos puede enseñar, a
disfrutar de una faena siendo conscientes de los detalles en los que hay que
fijarse, pero sin dejarse llevar por los prejuicios a ese encaste.
Espero que la
visión que aporto en este artículo les haga reflexionar acerca de lo que pretendo
transmitir. El problema de la Fiesta está dentro de nosotros, por nuestra falta
de claridad en el pensamiento y nuestra incapacidad de defender este mundo. Así
que empecemos a valorar lo que tenemos y a sacar todo lo bueno que hay en ello,
sin criticar por criticar, ni dejarnos llevar por los prejuicios.
Un saludo a
todos los aficionados, de parte de una joven que desea que esta tradición no
muera por no saber respetarla y defenderla.
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