Se habla mucho
acerca de la manipulación a la que están sometidos los toros bravos desde que
nacen, haciendo referencia, sobre todo, a las astas. Como aficionada, soy la
primera en desear que los toros que salten al ruedo mantengan íntegras sus
condiciones naturales para la lidia; pero eso es una cosa y otra muy distinta
es la necesidad de criarlos de una determinada forma. En mi opinión, la clave
está en el límite que hay que marcar para que esa manipulación sea beneficiosa
y no perjudique a la lidia.
Todo comienza
antes incluso del inicio de la gestación del becerro, ya que se ha realizado
una selección meramente artificial mediante un tentadero para elegir qué
animales valen para ser padres, y también se ha elegido a lo largo de qué meses
debe nacer. Durante la gestación, se acostumbra a las vacas a la presencia de
los caballos y/o del coche, son alimentadas a base de pienso y llegan a
permitir cierta cercanía, algo muy beneficioso para cuando se produzca el
parto. Cuando éste tiene lugar, la vaca defenderá a su cría ante cualquier
posible amenaza, empezando por el personal de la finca; pero aquí entran en
juego esos meses de continuo acercamiento. Si el manejo ha sido el apropiado y
se mantiene la calma al ir a colocarle el crotal al becerro, lo más probable es
que llegue a ser una faena relativamente fácil y los animales apenas sufran
estrés.
Tras
asignársele un crotal a cada becerro, pasará un tiempo hasta que tenga que
hacer su primer viaje a los corrales. Los golpes con las puertas, las voces
excesivas, alterarlos innecesariamente, ser agresivo en los tratamientos
veterinarios, etc. puede provocar que los animales se resabien y dificulten su
manejo en lo sucesivo. Otro momento clave es el herradero, en el que se les
coloca su correspondiente número a fuego, su guarismo, el hierro de la
ganadería y la asociación en la que está inscrita. Ese día tiene un simbolismo
muy especial para el ganadero y será quizá el último contacto importante que se
tiene con el macho hasta que sea apartado para ser lidiado en una plaza. En
otra ocasión comentaré con detenimiento el tentadero.
El simple hecho de interferir en sus vidas,
alimentarlos, trasladarlos a los corrales, herrarlos, colocarles un crotal o
vacunarlos, es manipulación; bien hecha es beneficiosa y mal hecha es muy
contraproducente, pero en ambos casos es muy necesaria. Y, además, la ley exige
que se lleve a cabo buena parte de este procedimiento. Es obligatorio hacer dos saneamientos al año de la ganadería completa y seguir una campaña de vacunación de Lengua Azul: las crías que cumplan un mes serán vacunadas, con su correspondiente revacuna a los 21 días, y una vez al año se les administra otra dosis.
La
alimentación es más natural en el caso de las vacas, aunque habitualmente es necesario
complementarla con pienso. En los toros es diferente, ya que aproximadamente un
año antes de ser lidiados comen, además de la hierba, pienso de remate. Ese
pienso tiene una composición escogida expresamente para reunir las cualidades
que desee cada ganadero y se adaptará a las condiciones de cada finca. Con la
sanidad sucede exactamente igual: hay que procurar contar con el mejor equipo
veterinario del que se pueda disponer para asegurar el bienestar de las reses y
garantizar que tengan un alto rendimiento.
Y aunque no se
valore como se debiera, el manejo ocupa un lugar igual de importante que la
selección, la sanidad o la alimentación. Son muchas las ganaderías que tienen
un material genético exquisito con el que podrían salir toros que pasasen a la
historia por las bellas faenas que se les podría hacer, pero por unas
circunstancias u otras no reúnen las cualidades necesarias para que el torero
lo pueda llevar a cabo. Hay veces en las que la lluvia o el frío impiden que se
rematen bien, el alimento no sea el adecuado porque ese año habría necesitado
otra composición, la calidad del agua no fuera buena y ha perjudicado su salud…
y mil posibilidades más. Pero una cosa que falla en muchas ganaderías es el
manejo.
Es cierto que
según el encaste hay que adaptar el manejo a su comportamiento y algunos
supondrán un esfuerzo mucho mayor, pero merece la pena. Porque no es lo mismo
que un toro con gran calidad salga malo por haberlo acostumbrado mal en los
corrales y tampoco es lo mismo que un toro de condición media acepte antes cómo
le enseña el torero a embestir.
Este texto lo
he escrito a raíz de las continuas alusiones que se hacen a la manipulación del
toro bravo, centradas casi exclusivamente a las astas. Cada ganadero sabe lo
que sucede en su casa y no voy a meterme en camisa de once varas, pero la doble
moral que existe en torno a este tema es digna de estudiarse (y tratarse). Si
se quiere tener un pitón completamente íntegro y de una longitud descomunal,
hacen falta fundas y, por lo tanto, manipulación; si se quiere natural, hay que
comprender que no dejan de ser animales y se rascan en el suelo, árboles y
piedras y el pitón sufre un gran desgaste. En ese caso también habría
manipulación al modificar su entorno para reducir ese desgaste dentro de lo posible
y al tener que quitarles las astillas que se produzcan en el cuerno.
Por lo tanto,
sí, el toro está sometido a una manipulación diaria, tal cual. La diferencia
está en saber dirigirla por el camino correcto para que nunca sea
contraproducente ni le reste naturalidad al toro ni le perjudique el lucimiento
en esa única oportunidad que tiene en el ruedo. Todas las obras de arte tienen
que ser manipuladas, desde el barro de una escultura hasta la pintura que
cobrará vida en el lienzo. Todas y cada una de ellas son la manera de
expresarnos que tenemos los que nos dedicamos a crearlas y darles forma, por eso
no tendrían ningún sentido si no llevaran impregnados todos los matices que
nosotros llevamos dentro. Y, sinceramente, no hay nada más bonito que darle forma
a una obra de arte que ya es bellísima por sí misma.
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