domingo, 3 de julio de 2016

Manipulando una obra de arte.

Se habla mucho acerca de la manipulación a la que están sometidos los toros bravos desde que nacen, haciendo referencia, sobre todo, a las astas. Como aficionada, soy la primera en desear que los toros que salten al ruedo mantengan íntegras sus condiciones naturales para la lidia; pero eso es una cosa y otra muy distinta es la necesidad de criarlos de una determinada forma. En mi opinión, la clave está en el límite que hay que marcar para que esa manipulación sea beneficiosa y no perjudique a la lidia.

Todo comienza antes incluso del inicio de la gestación del becerro, ya que se ha realizado una selección meramente artificial mediante un tentadero para elegir qué animales valen para ser padres, y también se ha elegido a lo largo de qué meses debe nacer. Durante la gestación, se acostumbra a las vacas a la presencia de los caballos y/o del coche, son alimentadas a base de pienso y llegan a permitir cierta cercanía, algo muy beneficioso para cuando se produzca el parto. Cuando éste tiene lugar, la vaca defenderá a su cría ante cualquier posible amenaza, empezando por el personal de la finca; pero aquí entran en juego esos meses de continuo acercamiento. Si el manejo ha sido el apropiado y se mantiene la calma al ir a colocarle el crotal al becerro, lo más probable es que llegue a ser una faena relativamente fácil y los animales apenas sufran estrés.
Tras asignársele un crotal a cada becerro, pasará un tiempo hasta que tenga que hacer su primer viaje a los corrales. Los golpes con las puertas, las voces excesivas, alterarlos innecesariamente, ser agresivo en los tratamientos veterinarios, etc. puede provocar que los animales se resabien y dificulten su manejo en lo sucesivo. Otro momento clave es el herradero, en el que se les coloca su correspondiente número a fuego, su guarismo, el hierro de la ganadería y la asociación en la que está inscrita. Ese día tiene un simbolismo muy especial para el ganadero y será quizá el último contacto importante que se tiene con el macho hasta que sea apartado para ser lidiado en una plaza. En otra ocasión comentaré con detenimiento el tentadero.
 El simple hecho de interferir en sus vidas, alimentarlos, trasladarlos a los corrales, herrarlos, colocarles un crotal o vacunarlos, es manipulación; bien hecha es beneficiosa y mal hecha es muy contraproducente, pero en ambos casos es muy necesaria. Y, además, la ley exige que se lleve a cabo buena parte de este procedimiento. Es obligatorio hacer dos saneamientos al año de la ganadería completa y seguir una campaña de vacunación de Lengua Azul: las crías que cumplan un mes serán vacunadas, con su correspondiente revacuna a los 21 días, y una vez al año se les administra otra dosis.
La alimentación es más natural en el caso de las vacas, aunque habitualmente es necesario complementarla con pienso. En los toros es diferente, ya que aproximadamente un año antes de ser lidiados comen, además de la hierba, pienso de remate. Ese pienso tiene una composición escogida expresamente para reunir las cualidades que desee cada ganadero y se adaptará a las condiciones de cada finca. Con la sanidad sucede exactamente igual: hay que procurar contar con el mejor equipo veterinario del que se pueda disponer para asegurar el bienestar de las reses y garantizar que tengan un alto rendimiento.

Y aunque no se valore como se debiera, el manejo ocupa un lugar igual de importante que la selección, la sanidad o la alimentación. Son muchas las ganaderías que tienen un material genético exquisito con el que podrían salir toros que pasasen a la historia por las bellas faenas que se les podría hacer, pero por unas circunstancias u otras no reúnen las cualidades necesarias para que el torero lo pueda llevar a cabo. Hay veces en las que la lluvia o el frío impiden que se rematen bien, el alimento no sea el adecuado porque ese año habría necesitado otra composición, la calidad del agua no fuera buena y ha perjudicado su salud… y mil posibilidades más. Pero una cosa que falla en muchas ganaderías es el manejo.
Es cierto que según el encaste hay que adaptar el manejo a su comportamiento y algunos supondrán un esfuerzo mucho mayor, pero merece la pena. Porque no es lo mismo que un toro con gran calidad salga malo por haberlo acostumbrado mal en los corrales y tampoco es lo mismo que un toro de condición media acepte antes cómo le enseña el torero a embestir.

Este texto lo he escrito a raíz de las continuas alusiones que se hacen a la manipulación del toro bravo, centradas casi exclusivamente a las astas. Cada ganadero sabe lo que sucede en su casa y no voy a meterme en camisa de once varas, pero la doble moral que existe en torno a este tema es digna de estudiarse (y tratarse). Si se quiere tener un pitón completamente íntegro y de una longitud descomunal, hacen falta fundas y, por lo tanto, manipulación; si se quiere natural, hay que comprender que no dejan de ser animales y se rascan en el suelo, árboles y piedras y el pitón sufre un gran desgaste. En ese caso también habría manipulación al modificar su entorno para reducir ese desgaste dentro de lo posible y al tener que quitarles las astillas que se produzcan en el cuerno.
Por lo tanto, sí, el toro está sometido a una manipulación diaria, tal cual. La diferencia está en saber dirigirla por el camino correcto para que nunca sea contraproducente ni le reste naturalidad al toro ni le perjudique el lucimiento en esa única oportunidad que tiene en el ruedo. Todas las obras de arte tienen que ser manipuladas, desde el barro de una escultura hasta la pintura que cobrará vida en el lienzo. Todas y cada una de ellas son la manera de expresarnos que tenemos los que nos dedicamos a crearlas y darles forma, por eso no tendrían ningún sentido si no llevaran impregnados todos los matices que nosotros llevamos dentro. Y, sinceramente, no hay nada más bonito que darle forma a una obra de arte que ya es bellísima por sí misma.

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