El embarque es
una de esas faenas a las que todo el mundo quiere asistir y ser testigo de ese
último instante en el que el toro parte de la finca para no volver. Para el que
lo siente y lo vive es un momento mágico; posiblemente se trate de la despedida
definitiva y con cada toro se va un poco de nosotros mismos. Deseamos que tenga
suerte, que lo dé todo de sí mismo y que refleje aquello que se ha estado buscando
en todos los años de selección.
Pero a pesar
de la emotividad que pueda albergar, se trata de la última vez que se ponen a
prueba las habilidades de los trabajadores y el ganadero en lo que al manejo se
refiere (al menos, es la última vez en el campo). Un mal movimiento, un gesto
brusco o una sombra despistada pueden hacer que el toro remate en una pared del
chiquero o en una puerta y se estropee. Todo sucede en pocos segundos y se
puede acabar sufriendo una pérdida irreparable: pitones partidos, animales
descoordinados, lesiones graves, etc.
Sin embargo,
aunque es difícil conseguir que el toro se tranquilice al ser separado de sus
hermanos de camada y guiado a través de los chiqueros, hay formas de
acostumbrarlo y acomodarlo para que el nivel de estrés sea el mínimo. A los
toros les beneficia mucho en su carácter conducirlos por los corrales de vez en
cuando, con mucha calma y sin ruidos ni movimientos que los asusten o los
alteren. Poco a poco están tan acostumbrados que se mueven ellos solos y saben
qué ruta seguir, sin necesidad de seguirlos o arrearlos. Puede parecer una
pérdida de tiempo, pero cuando llega el momento de utilizar el cajón de curas o
embarcar un toro, se agradece con creces haber hecho una gran labor previa. El
toro entra caminando sin ponerse nervioso y se aprovecha su querencia para
conseguir llevarlo donde queremos.
Hace poco pude
ver cómo en un lugar en el que los animales no estaban acostumbrados al manejo
sosegado sufrían mucho estrés al conducirlos a los corrales o apartarlos en el
campo. Se pegaban, se arrancaban al caballo al presentar firmeza ante ellos y
daban varias vueltas al cercado antes de ir donde se quería. Tras llevarlos a
los corrales dos o tres días a la semana durante un tiempo, apenas oponen
resistencia y pasean por los chiqueros sin presentar ningún tipo de molestia.
Algunos dirán que esto puede perjudicar a su comportamiento en la plaza, y
quizá sea así, pues cuanto mejor es su manejo más limpia y clara son su
embestida y su bravura. Y en absoluto presentan mansedumbre.
Al principio
comentaba lo llamativa que puede resultar la labor del embarque para muchos aficionados
y los propios profesionales del toreo. Pero si esto es cierto, también lo es el
incremento de riesgo al que se exponen los toros cuando acuden muchas personas.
Se estorban unos a otros en los pasillos, las voces adquieren tonos más altos y
hay que jugar con muchas más sombras (a las que embisten los toros en las
paredes) y nervios. La alteración global se transmite a los toros y es mucho
más fácil que se vuelvan problemáticos; ésta es la razón por la que el ganadero
procura en la medida de lo posible que el embarque sea una faena relativamente
privada, presenciada únicamente por las personas imprescindibles (ganadero,
mayoral y vaqueros, representante de la plaza y representantes de los toreros).
Ya empieza la
temporada y ya llegan los días en los que hay que madrugar aún más, apartar los
toros con las primeras luces del alba, mantener la calma en todo el proceso que
se lleva a cabo en los corrales y transmitírselo a cada uno. Y si se puede,
dedicarle esa última mirada y ese último pensamiento… Suerte, vamos a por
todas, estoy orgullosa de ti.
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